Pedro, era un chico un poco revoltoso.
Le gustaba reírse con sus amigos y siempre encontraba una
broma para cada situación.
Sus amigos reían con él pues a veces les dibujaba
caricaturas de los mayores.
- Mira cómo tiene la nariz doña Pepa
Les dibujaba Pedro en un papel una nariz y una señora
pequeñísima; y todos reían con él.
- Mira las orejas del alcalde. Decía Pedro con otro dibujo
Y así jugaban. Pero Pedro era también un poco despistado. A
veces por dibujar en la arena del río, se descuidaba de ir al colegio.
La maestra le regañó varias veces por esos descuidos.
El día de la Virgen, estaba todo el pueblo esperando en la
plaza a que abran la capilla y poder ofrecer flores a la imagen de María.
Las madres se contaban entre ellas cómo crecían los
pequeños. Las abuelas se recordaban las fiestas de otros años. Los padres se
juntaban a hablar de negocios… y los niños se juntaban a jugar.
Pedro -otra vez- era el centro de atención. Hacía dibujos en
las piedras con un trozo de carbón y todos se maravillaban en el parecido de
sus personajes.
Tan distraído estaba que olvidó traer la flor para su
ofrenda
Ya su mamá había entrado a la iglesia y sus amigos también
Pedro se quedó sólo en la plaza, triste, pues no podía
entrar sin su flor para la virgen.
Bajó la mirada y allí, al costado de la carretera, vio una
florcilla blanca entre las piedras.
Tomó su cuadernillo y con mucho cuidado dibujó esa flor con
el mismo trozo de carbón
Al entrar en la iglesia con su flor en el papel, todos
vieron el regalo que hizo a la virgen.
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