martes, 10 de septiembre de 2013

antes de las vacaciones

¡El último día! La maestra, Marta, se iría de vacaciones.
Todo un mes preparando cada noche una lista de recomendaciones a dar a Lola, su suplente en ese período.
- Recuerda que Mariano pide agua y luego ha de ir al lavabo.
- A Merche le agrada peinar a las compañeras, no la desanimes.
- Los lápices déjalos sobre tu escritorio, ya te los pedirán.
Y así consejos y pistas… y los formularios para el Colegio.
El día comenzó gris, algunos niños entraron al aula con zapatos y ropas húmedas, ¡benditos!, ¡cómo pueden traer así a los peques!
- A Raquel, no le gusta que le toquen el cabello - susurró Marta a Lola
Pronto estuvo Julián pidiendo estar en el regazo. Allí estuvo hasta la salida. ¿Tendrá fiebre? ¿O piensa en que extrañará a la maestra?
- ¡Quiero los lápices redondos! - dijo Marcos enfurruñado. Allí estaban sobre el escritorio.
- No puedo dibujar, me duele el ojo - se quejó Nina llevándose una mano a la cara. Con paciencia, y la sóla mano que tenía libre, Marta le arregló la bata y le limpió la nariz.
- Vamos. Ya puedes ver bien… ayúdale a Said.
- Me tienes que dejar tu teléfono, no sé si me las arreglaré tan bien como tú - dijo Lola
- Ya verás que no es difícil; es casi divertido.
- Marta, ¿cómo lo haces? Todo está en orden
- Es fácil. Le doy a cada uno lo que necesita
Quedó un momento pensativa, y agregó:
- … y que a veces, no es lo que merece.
Julián dormía sobre el pecho de Marta con el pulgar en su boca. Algo le habrá pasado en casa, normalmente es el más revoltoso.

armando el pesebre

Juan, el conserje del colegio, montaba la tarima para preparar el pesebre.
Almudena le observaba a la distancia.
- Si ya le conozco!. La coloca allí para trabar conversación
Ambos llevaban años y sabían bien de sus trabajos.
- Juan, esa tarima debe ir en el rincón del pasillo
Con gestos de resignación, Juan volvió a montar la tarima en el lugar convenido
Cuando los niños trajeron sus utensilios, telas, estatuillas y maderas, todo estaba en orden. Con pocas palabras Almudena sabía conducirles. Pedro se puso rápidamente a cortar tablas para remendar el pesebre. A su lado, Gloria, enganchaba telas verdes que hacían de césped alrededor.
A la distancia, Almudena les veía. Estos dos, siempre se buscan. Pedro hace un movimiento y la niña, atendía la destreza del niño. Cuando Gloria ponía una pieza en el nacimiento, el niño pensaría que no habría mejor arreglo. Ambos se admiraban.
- Eso está muy bien hecho - dijo Almudena a Pedro
- Gracias. Solos no podríamos hacerlo - agregó el niño; y su mirada recorría el césped, los animales y figuras. Gloria, de reojo, seguía la conversación y un rojo en la mejilla le encendió el rostro.
Almudena se vio otra vez sacudida por sus pensamientos. El niño dijo “no podríamos”; estaban todos incluidos; los niños estaban atentos, la maestra les pudo dirigir y la tarima era de la medida y solidez justas. No era la primera vez que el alumno enseñaba a la maestra. Ni sería la última.
- Eso está muy bien hecho - dijo Juan a Almudena
- Gracias. Solos no podríamos hacerlo

en memoria de San Francisco de Asís

Pipo era un asno pequeño. Quería mucho a su amo, y aunque él se sabía muy pequeño entre los asnos, trabajaba muchísimo. Llevaba sacos de semillas y leños para calentar la casa. El amo le trataba con cariño y Pipo siempre hacía lo que le pedían. Si en el valle buscaran un animal humilde, seguramente elegirían a Pipo.
Hoy el amo le llevaba con un poco de heno por el camino de la ermita.
Pronto se encontraron con el monje que allí vivía. Era un hombre corpulento y muy hablador. Hablaba con muchas personas y el amo siempre estaba contento con él.
Vestía una túnica marrón que nunca remendaba y caminaba entre la nieve con los pies descalzos. Mostraba mucha alegría y contagiaba esa alegría en los otros hombres y sus familias.
Fueron juntándose más amigos, y todos se saludaban con cariño. Algo importante irían a hacer allí; y también, saludaban a Pipo, le acariciaban el hocico y las orejas. Pipo disfrutaba y bajaba su cabeza para dejarse acariciar.
Llegados a la ermita vio al buey; por suerte no pasarían frío.
El amo descargó el heno sobre el comedero.
Pronto, Pipo supo que no era para comer, pues pusieron a un niño pequeño sobre el heno; mientras, el monje hablaba y todos le escuchaban.
Pipo se acercó al buey y al niño que ya dormían. Era un lugar agradable y él también quedó dormido.
Soñó que el invierno pasaría y el sol calentaría los campos; vería jugar a los niños y crecerían buenos como su amo.

Faed el bajo y Etum el alto

Faed era un hombrecillo muy feliz, pero sordo desde nacido, no podía escuchar. Ni la voz de sus amigos, los ruidos del bosque, el canto de los pájaros, el trueno o el llanto de un niño. No era infeliz por eso, pues nunca oyó y no sabía de todas esas maravillas que otras personas conocen con mucha naturalidad.
Etum, era un hombre alto, pero era mudo desde una enfermedad. Estaba triste por eso, recordaba cuando les cantaba a sus hijos, hablaba a su amada y reía con amigos.
Faed y Etum eran compañeros de camino y buscaban trabajo entre los pueblos. Ellos se entendían con unas señas que sólo ellos sabían y se enseñaban.
En el último, no pudieron trabajar pues nadie les entendía. Así salieron otra vez al camino a buscar fortuna.
A la entrada del pueblo Yppah encontraron una niña que les preguntó:
- ¿Quiénes sois?
Faed no escuchaba y miró a Etum para saber qué dijo la niña. Etum, no podía hablar, le hizo señas a Faed quien pronto le entendió y sonrió. Faed, no escuchaba, pero sí hablaba y dijo sus nombres a la niña.
La niña se conmovió de ambos hombres que con pocos gestos se entendían y les llevó a su casa donde les recibieron bien.
Pronto se supo en el pueblo de esos hombres alto y bajo, feliz y triste, sordo y mudo que se ayudaban ante las adversidades. Las gentes del pueblo aprendieron mucho de ellos y les hablaban en las señas que ellos inventaron. Allí Faed trabaja de carpintero junto a Etum. Hablan mucho, en-señas.

el profesor de historia

Juan era un buen estudiante. Cuando acabó su carrera hizo un viaje largo para conocer otros países. Descubrió otras gentes, otras costumbres y lugares. Sintió que de tanto aprender volvería a su pueblo cambiado y nadie le conocería.
Llegó un domingo y caminó por las mismas calles que bien conocía. A la esquina estaba el pordiosero que no podía valerse. Como siempre le dejó unas monedas. Algo de pan podría comprar.
También visitó su iglesia de bautismo y comunión. Era la misma aunque con otra mano de pintura. Rezó a su patrono y recordó a sus mayores que se reunían allí domingos como ése.
Compró en el estanco de loterías un número, como siempre, para conversar con Paco y ayudarle un poco en sus ventas, era un hombre de buenas palabras.
Pasó por la panadería, llevó como siempre una barra y se interesó, como siempre por la dueña.
- ¿está mejor de las espaldas doña Eugenia?.
- mejor, gracias.
Y otra vez encontró a su viejo profesor de historia, con su gastado bastón y su paso lento.
- Señor, le ayudo a cruzar.
Le habrá ayudado así incontables veces desde la jubilación cuando quedó casi ciego. Seguramente ni le reconocería.
- Gracias, Juanito.
Una chispa le recorrió la espalda.
- ¿Me conoce Usted?.
- Claro que te conozco. Y el pordiosero, y Paco, y doña Eugenia, y Julián, el párroco donde rezas. Los viejos podemos estar ciegos, pero seguimos viendo. ¿Y tú, qué has visto en tu viaje?.

los ojos de Sarah

Pedro estaba en clase un poco aburrido. La maestra les dijo que debían colorear los dibujos en blanco y negro del cuadernillo. ¡Qué aburrido!
- ¡No quiero colorear esos dibujos feos! Dijo enfurruñado y haciendo pucheros.
Allí estuvo hasta quedarse dormido de puro holgazán.
Soñó que estaba en clase con todos los compañeros. Ellos dibujaban, pero no eran como él les recordaba.
¡Estaban en blanco y negro! Como en los dibujos del cuadernillo.
Estaba asustado. Miró sus pantalones, las faldas, las paredes… el cielo. Todo estaba en blanco y sin colorear.
Quiso hablarle a Sarah, su amiga, y preguntarle qué pasaba. Seguramente ella le diría algo que le tranquilizaría.
Fue a ella y le miró a los ojos. No eran así sus ojos. Su mirada parecía otra sin sus colores.
Y más se asustó Pedro; no recordaba los nombres de los colores. ¿Los lápices tenían colores?
Y estuvo muy triste
- Mis amigos no están alegres sin sus colores.- Pensó
Y pronto recordó el color de los ojos de Sarah
- ¡Verdes!, gritó
De pronto se encontró en su aula con sus compañeros de siempre que le miraban extrañados y Pedro, despierto.
Se puso rápidamente a la faena. Era muy feliz de ver otra vez los colores.
Lo primero, colorear de verde los ojos que recordaba.

en el día de la Virgen

Pedro, era un chico un poco revoltoso.
Le gustaba reírse con sus amigos y siempre encontraba una broma para cada situación.
Sus amigos reían con él pues a veces les dibujaba caricaturas de los mayores.
- Mira cómo tiene la nariz doña Pepa
Les dibujaba Pedro en un papel una nariz y una señora pequeñísima; y todos reían con él.
- Mira las orejas del alcalde. Decía Pedro con otro dibujo
Y así jugaban. Pero Pedro era también un poco despistado. A veces por dibujar en la arena del río, se descuidaba de ir al colegio.
La maestra le regañó varias veces por esos descuidos.
El día de la Virgen, estaba todo el pueblo esperando en la plaza a que abran la capilla y poder ofrecer flores a la imagen de María.
Las madres se contaban entre ellas cómo crecían los pequeños. Las abuelas se recordaban las fiestas de otros años. Los padres se juntaban a hablar de negocios… y los niños se juntaban a jugar.
Pedro -otra vez- era el centro de atención. Hacía dibujos en las piedras con un trozo de carbón y todos se maravillaban en el parecido de sus personajes.
Tan distraído estaba que olvidó traer la flor para su ofrenda
Ya su mamá había entrado a la iglesia y sus amigos también
Pedro se quedó sólo en la plaza, triste, pues no podía entrar sin su flor para la virgen.
Bajó la mirada y allí, al costado de la carretera, vio una florcilla blanca entre las piedras.
Tomó su cuadernillo y con mucho cuidado dibujó esa flor con el mismo trozo de carbón
Al entrar en la iglesia con su flor en el papel, todos vieron el regalo que hizo a la virgen.