Juan, el conserje del colegio, montaba
la tarima para preparar el pesebre.
Almudena le observaba a la distancia.
- Si ya le conozco!. La coloca allí
para trabar conversación
Ambos llevaban años y sabían bien
de sus trabajos.
- Juan, esa tarima debe ir en el
rincón del pasillo
Con gestos de resignación, Juan volvió
a montar la tarima en el lugar convenido
Cuando los niños trajeron sus utensilios,
telas, estatuillas y maderas, todo estaba en orden. Con pocas palabras Almudena
sabía conducirles. Pedro se puso rápidamente a cortar tablas para remendar el pesebre.
A su lado, Gloria, enganchaba telas verdes que hacían de césped alrededor.
A la distancia, Almudena les veía.
Estos dos, siempre se buscan. Pedro hace un movimiento y la niña, atendía la destreza
del niño. Cuando Gloria ponía una pieza en el nacimiento, el niño pensaría que no
habría mejor arreglo. Ambos se admiraban.
- Eso está muy bien hecho - dijo
Almudena a Pedro
- Gracias. Solos no podríamos hacerlo
- agregó el niño; y su mirada recorría el césped, los animales y figuras. Gloria,
de reojo, seguía la conversación y un rojo en la mejilla le encendió el rostro.
Almudena se vio otra vez
sacudida por sus pensamientos. El niño dijo “no podríamos”; estaban todos incluidos;
los niños estaban atentos, la maestra les pudo dirigir y la tarima era de la
medida y solidez justas. No era la primera vez que el alumno enseñaba a la
maestra. Ni sería la última.
- Eso está muy bien hecho - dijo
Juan a Almudena
- Gracias. Solos no podríamos
hacerlo
No hay comentarios:
Publicar un comentario