Faed era un hombrecillo muy feliz, pero sordo desde nacido,
no podía escuchar. Ni la voz de sus amigos, los ruidos del bosque, el canto de
los pájaros, el trueno o el llanto de un niño. No era infeliz por eso, pues
nunca oyó y no sabía de todas esas maravillas que otras personas conocen con
mucha naturalidad.
Etum, era un hombre alto, pero era mudo desde una
enfermedad. Estaba triste por eso, recordaba cuando les cantaba a sus hijos, hablaba
a su amada y reía con amigos.
Faed y Etum eran compañeros de camino y buscaban trabajo
entre los pueblos. Ellos se entendían con unas señas que sólo ellos sabían y se
enseñaban.
En el último, no pudieron trabajar pues nadie les entendía.
Así salieron otra vez al camino a buscar fortuna.
A la entrada del pueblo Yppah encontraron una niña que les
preguntó:
- ¿Quiénes sois?
Faed no escuchaba y miró a Etum para saber qué dijo la niña.
Etum, no podía hablar, le hizo señas a Faed quien pronto le entendió y sonrió.
Faed, no escuchaba, pero sí hablaba y dijo sus nombres a la niña.
La niña se conmovió de ambos hombres que con pocos gestos se
entendían y les llevó a su casa donde les recibieron bien.
Pronto se supo en el pueblo de esos hombres alto y bajo, feliz
y triste, sordo y mudo que se ayudaban ante las adversidades. Las gentes del
pueblo aprendieron mucho de ellos y les hablaban en las señas que ellos inventaron.
Allí Faed trabaja de carpintero junto a Etum. Hablan mucho, en-señas.
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