Pipo era un asno pequeño. Quería
mucho a su amo, y aunque él se sabía muy pequeño entre los asnos, trabajaba
muchísimo. Llevaba sacos de semillas y leños para calentar la casa. El amo le
trataba con cariño y Pipo siempre hacía lo que le pedían. Si en el valle
buscaran un animal humilde, seguramente elegirían a Pipo.
Hoy el amo le llevaba con un
poco de heno por el camino de la ermita.
Pronto se encontraron con el
monje que allí vivía. Era un hombre corpulento y muy hablador. Hablaba con muchas personas y
el amo siempre estaba contento con él.
Vestía una túnica marrón que
nunca remendaba y caminaba entre la nieve con los pies descalzos. Mostraba mucha alegría y contagiaba esa alegría en los otros hombres y sus
familias.
Fueron juntándose más amigos, y
todos se saludaban con cariño. Algo importante irían a hacer allí; y también,
saludaban a Pipo, le acariciaban el hocico y las orejas. Pipo disfrutaba y
bajaba su cabeza para dejarse acariciar.
Llegados a la ermita vio al
buey; por suerte no pasarían frío.
El amo descargó el heno sobre el
comedero.
Pronto, Pipo supo que no era
para comer, pues pusieron a un niño pequeño sobre el heno; mientras, el monje
hablaba y todos le escuchaban.
Pipo se acercó al buey y al niño
que ya dormían. Era un lugar agradable y él también quedó dormido.
Soñó que el invierno pasaría y
el sol calentaría los campos; vería jugar a los niños y crecerían buenos como
su amo.
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